Imagina que estás en medio de una discusión, tu corazón late rápido, las palabras quieren salir disparadas de tu boca… pero te detienes, respiras profundo y eliges responder con calma. ¿Qué sucedió?. Eso tiene nombre: inteligencia emocional.
Y no, no es un “superpoder” con el que se nace. Es una habilidad que se puede aprender y entrenar como un músculo. Tal vez hayas oído hablar de ella, pero hoy vamos a conversar de verdad sobre qué es, de dónde viene y cómo puede ayudarte en tu día a día. Ponte cómodx, porque esto va más allá de la típica charla de autoayuda.
¿Siempre existió la inteligencia emocional?
Durante muchos años, la inteligencia se medía solo con el famoso “coeficiente intelectual” (sí, ese número que salía en tests y que supuestamente lo decía todo sobre ti). La idea era que había una inteligencia general, medible, igual para todos. Inclusive, existian dos suposiciones clásicas acerca de la inteligencia. La primera consideraba que era una capacidad general única, que cualquier persona posee en mayor o menor medida. La segunda afirmaba que ésta puede medirse a través de instrumentos estandarizados. Las dos suposiciones anteriores fueron “válidas” hasta la década de los ochenta del siglo XX (Trujillo & Rivas, 2005), por que en el año 1983, un psicólogo llamado Howard Gardner rompió ese molde y propuso que: ¡no hay una sola inteligencia!. Habló de inteligencias múltiples: musical, corporal, interpersonal… y sí, entre ellas, estaba esa capacidad de conectar con las emociones.
Años después, otro nombre empezó a sonar fuerte: Daniel Goleman, quien, basandose en la teoría de Gardner, popularizó el término inteligencia emocional. Él la definió como la capacidad de identificar, comprender y gestionar nuestras propias emociones, así como influir en las emociones de los demás. Y no lo dijo como un lujo, sino como algo clave para vivir mejor, relacionarnos mejor y crecer como personas.
Pero… ¿Por qué es importante la inteligencia emocional?
Porque, la inteligencia emocional está presente en TODO. No es solo para “gente zen” o líderes de empresa, imacta en cualquier área de tu vida. Mira esto:
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Te ayuda a tener relaciones más sanas: Entiendes mejor lo que sientes y lo que sienten los demás. ¡Se vuelve más fácil comunicarte y evitar malentendidos!
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Te cuida la salud mental: Saber autorregular o gestionar tus emociones es clave para manejar el estrés y evitar que la ansiedad se dispare.
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Te impulsa en lo profesional: ¿Sabías que muchas empresas valoran más la Inteligencia Emocional que el conocimiento técnico? Saber trabajar en equipo, adaptarte y liderar con empatía es importante.
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Te hace más resiliente: Cuando algo no sale bien, no te caes tan fácil. Encuentras fuerza donde antes había frustración.
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Te conecta contigo misma: Descubres tus motivaciones, tus límites, tus deseos. Y eso, créeme, es una brújula en la vida.
¿Y cómo se entrena la inteligencia emocional?
Aquí no hay fórmulas mágicas, pero sí hábitos que puedes empezar hoy mismo:
Reflexiona sobre tu día: Antes de dormir, pregúntate: ¿qué sentí hoy?, ¿por qué?, ¿cómo reaccioné? Puedes llevar un diario emocional si te gusta escribir o dibujar (porque también puedes dibujar las emociones). A veces, ver tus emociones en papel cambia la perspectiva.
Escucha de verdad: Cuando hables con alguien, intenta comprender lo que siente más allá de lo que dice. Escuchar activamente (y sin interrumpir) es una muestra de empatía enorme. Ponte en los zapatos de los demás, incluso cuando no estés de acuerdo con ellos.
Aprende a calmarte sin ignorarte: Todos tenemos “botones rojos”. Identifica tus “detonantes emocionales”, ¿qué cosas te desbordan? y desactívalos con actividades que te permitan redirigir tu energía. Practica técnicas como la respiración profunda o caminar unos minutos para liberar tensión. Encuentra aquello que te ayuda a regularte, sin activar más adrenalina.
Ponle sentido a lo que haces: Pregúntate ¿para qué?. Tener claridad en tus metas te ayuda a mantener el enfoque. Y si un objetivo es muy grande, divídelo en pequeños pasos. Cada avance cuenta.
Tips prácticos para fortalecer tu inteligencia emocional
A veces, lo más pequeño tiene un gran impacto. Aquí van algunas ideas que puedes aplicar desde ya:
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Haz pausas antes de responder: En vez de soltar lo primero que se te pasa por la cabeza, respira y piensa. Unos segundos pueden evitar un mal rato.
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Sé compasiva contigo misma: No te hables mal. Reconoce tus errores, sí, pero también tus logros. Háblate como le hablarías a una amiga que quieres mucho.
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Pide retroalimentación: Pregunta a personas de confianza cómo ven tus reacciones emocionales. A veces, desde afuera se ven cosas que una no nota.
Antes de irte… una mini tarea emocional
La inteligencia emocional es una herramienta que tiene el potencial de mejorar tu vida en todos los niveles, desde tu bienestar mental hasta tus relaciones y metas personales. Lo mejor es que siempre puedes seguir aprendiendo, creciendo y fortaleciendo estas habilidades. Así que para empezar a ponerlo en práctica, piensa en un momento reciente en el que sentiste una emoción intensa. Puede ser rabia, tristeza, alegría o miedo. Y ahora respóndete con sinceridad:
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¿Qué emoción sentí?
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¿Qué la provocó?
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¿Cómo reaccioné? ¿Lo hubiera hecho diferente?
No tienes que tener todas las respuestas ya. Pero abrir este espacio para sentir y reflexionar es el primer paso para crecer.
Y si te animas, cuéntanos tu experiencia en los comentarios. Quizás lo que tú viviste le sirva a alguien más, y juntxs aprendemos mucho más.
Porque sí, puedes fortalecer tu inteligencia emocional.
No se trata de reprimir lo que sientes ni de fingir que todo está bien. Se trata de aprender a conocerte, a respetar tus emociones y a usarlas como aliadas. Es un camino —no una meta perfecta—, pero uno que vale totalmente la pena.
¿Nos vemos en el próximo blog?
Referencia
- Trujillo Flores, Mara Maricela, & Rivas Tovar, Luis Arturo. (2005). Orígenes, evolución y modelos de inteligencia emocional. Innovar, 15(25), 9-24. Retrieved January 08, 2025, from http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-50512005000100001&lng=en&tlng=es.





